De Francisco a los Jóvenes

Prof. Mg © Ricardo Ramírez Basualdo.

Profesor de filosofía y religión Colegio Sagrada Familia.

 

Ha llegado carta del Papa Francisco, dirigida especialmente a los jóvenes, en su nueva exhortación apostólica Christus Vivit. En ella hace un llamado a reconocer que Cristo vive, que está en medio de nosotros y que a todos, pero en especial a los jóvenes, nos quiere vivos. Los llama a que no desperdicien su juventud, pues dice que hay dos formas de vivirla. Una que es “volando por la superficie de la vida, adormecido, incapaz de cultivar relaciones profundas y de entrar en lo más hondo de la vida” (19). O, de lo contrario,  vivir la juventud a tal extremo de ser capaz de “cultivar cosas bellas y grandes, y así preparar un futuro lleno de vida y de riqueza interior”. (19). Como modelos presenta a varios beatos, santos y venerables que en distintas épocas, en la etapa de su juventud, fueron capaces de gastar su vida y entregarla por el servicio a los demás, como lo hicieron San Sebastián, San Francisco de Asís, Santa Juana de Arco, entre tantos.  Para Francisco “es importante tomar conciencia de que Jesús fue un joven” (23). Fue a la edad de treinta años que comienza su vida pública y a los treinta y tres que entrega su vida por  toda la humanidad. En ella debemos aprender a reconocer la eterna juventud de Jesús que hace que  “Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida”. Porque el ser joven no se trata de un tema de edad, o de cuántos dígitos tiene mi cedula de identidad,  se trata de “un corazón capaz de amar” (13).

Para el Papa Francisco  “la  juventud no existe, existen jóvenes con sus vidas concretas” (71). A los cuales no se les deben olvidar  tres verdades que marcan su vida cristiana, éstas son: que Dios nos ama, que Cristo nos salvó y que ¡Él vive! (cfr. 112, 118). Las cuales entendiéndolas, creyéndolas y viviéndolas, pueden hacer que no se malgaste inútilmente la juventud  y que se viva en  plenitud.  Porque el joven,  no debe ser como un “auto estacionado” (cfr. 143) que no está en movimiento, debe  permitirse que broten sus sueños,  debe ser capaz de tomar decisiones, de jugársela, de ir con un pie adelante siempre en camino, siempre en salida, avanzando en la vida y viviéndola.  Para ello, el Papa propone una pregunta, que ya nos la había hecho en nuestro país en el encuentro con los jóvenes en el Santuario Nacional de Maipú: “Jesús, ¿Qué harías tú en mi lugar?” (158).Cristo quiere a los jóvenes como instrumentos, que sean capaces de entregar luz y esperanza, frescura y entusiasmo. Los jóvenes enamorados de Cristo debiesen dar testimonio con su propia vida en todas las circunstancias, para ello, vuelve a recordar palabras de San Alberto Hurtado, que manifiesta que “ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de la chaqueta; no significa hablar de la verdad, sino vivirla, encarnarse en ella, transformarse en Cristo (175).

Como comunidad de colegio nos recuerda la importante misión de entregar los espacios de “evangelización de los jóvenes”, en los distintos ámbitos que se puede desarrollar la pastoral, como son la entrega en el servicio, por medio de las expresiones artísticas, el contacto con la naturaleza  e, incluso, en las prácticas deportivas donde se pueden cultivar grandes valores  y virtudes.  Es la comunidad la que tiene el importante rol de acompañar a los jóvenes, de  ser responsables de acogerlos, motivarlos, alentarlos y estimularlos (cfr. 243).  Para lograr, una de las alegrías más grandes del educador que reconoce el Papa Francisco, de  ver a los estudiantes  constituirse a sí mismo, de manera íntegra y protagonista de su desarrollo (cfr. 221).  La comunidad debe ser capaz de ser un hogar, y  “Crear hogar en definitiva es crear familia” (217) para hacer más humana la vida, ir más allá de los vínculos utilitarios. Se debe apoyar a los estudiantes a buscar y a encontrar su rumbo, Francisco nos vuelve a recodar a nuestro Santo Chileno que se  pregunta “¿cuidamos de nuestro rumbo? ¿Cuál es tu rumbo?” (257). Lo más importante es que “para discernir la propia vocación, hay que reconocer que esa vocación es el llamado de un amigo: Jesús” (287), quien es el único centro de nuestra fe. Pidamos a María, aquella joven de Nazaret que no dudó en  pronunciar desde el fondo de su corazón el “Sí” y que con ese simple si, desde su humildad, permitió la redención del mundo, que seamos capaces, con un alma disponible, junto a ella de decir:  “Aquí está la servidora del Señor” (Lc 1, 38)  (43).